PROTEGIENDO LAS HUELLAS QUE OTROS DEJARON.
Es verano y los cuartillos del balcón de mi habitación
dejan entrever un rayo de claridad. Hora de levantarse, comienza el día. Me lo
están recordando los pájaros del moral, que con sus revoloteos y trinos continuos, son los primeros en darme los “
buenos días ”.
Enseguida me desperezo y a oscuras alcanzo el balcón. Lo
abro. Una primera ráfaga de luz ciega bruscamente mis ojos, pero yo, fiel a la
costumbre, insisto, busco en el horizonte y logro el objetivo. Consigo
rescatarlo de entre tejados y antenas de TV.
Ahora sí, ahora lo tengo delante. Es un momento mágico, es un momento
único.
Cada vez que lo miro, lo noto cercano, accesible,
protector... derrochando siglos por doquier. No es majestuoso, no es desafiante,
no transgrede el paisaje; más bien, todo lo contrario, lo conforma y se hace
imprescindible. Lo llaman el Pico del Mortero, un hermoso paraje levantado por la Naturaleza.
Blanco en
invierno, verde y ocre en verano, más rudo en otoño y poco vistoso en
primavera, cuenta con fuertes aliados
( lluvia, nieve, granizo, viento,
sol... ) para resurgir triunfante en cada estación.
¡ Qué buena estampa para comenzar el día !
¡ Oh, Dios mío, debería ser obligatorio contemplar tanta belleza !
Por eso, hoy, habiéndolo decidido de antemano ( ¡De este
verano no pasa! ), he sucumbido a la tentación de acercarme a él y no sé por qué
pero, presiento que me espera y desea mi llegada.
Alcanzo su pie y comienzo la escalada. Su ladera, no muy
pronunciada, sólo es apta para aquel que cuenta con el arrojo de subirla. Y al
final, el esfuerzo realizado, ha merecido.
Mi gesto de saludo no tiene
voz, no tiene grito, se limita a un silencio contenido. No vengo a profanarlo,
sólo quiero aprender a sentirlo, sólo quiero aprender a quererlo.
Mis primeras pisadas cruzan
la frontera donde se conjuga lo divino con lo humano, donde se confunde lo real
con lo imaginario, donde el presente se solapa con el pasado, donde se funde la
plenitud de la vida con la deseada soledad.
Y lo mejor está por llegar...
... porque él comienza a regalarme un universo de agradables sensaciones
que logran armonizar mi cuerpo y mi mente, para así poder disfrutar del ansiado
momento.
Yo, por mi parte, le
agradezco la oportunidad de poder contrastar el gran mosaico de colores
estivales que me ofrece: amarillos, verdes, marrones, rojos. Cada uno ocupando
su lugar, pero todos doblegados a sus pies, a sabiendas de sentirse dominados
por el pico.
Sí, efectivamente, él, dueño
y señor, ejerce su dominio sobre la horizontalidad y verticalidad de todo “su”
paisaje... y desde arriba... la civilización se reduce a un puñado de casas en
torno a su iglesia.
¡ Qué más puedo decir !
Su aire... su aire es
especial. Sólo él sabe susurrarme como nadie, sólo él sabe acariciar mi cuerpo
una y otra vez, sólo él sabe enfurecerse hasta desprenderse de todo su
interior.
Su aroma... su aroma es penetrante, natural. Huele a
romero, tal vez a lavanda, a tomillo ... ¡ todo está impregnado !
Pasa el tiempo. Y el viento
lo sigue recorriendo todo, ¿
tendrá nostalgia de sus antiguos habitantes ? o quizás, tal vez, sólo quiere
que aprendamos a escucharlo...
Y sigue pasando el tiempo y
yo sigo descubriendo, no me canso de sentir.
¡ Ahora sí nos vamos entendiendo, ahora sí nos vamos
conociendo !
Y a la hora de partir, me despido de este fiel centinela con
un “ ¡ Hasta siempre, gracias ! ”,
porque él ya es el guardián de mi presente, lo fue de mi pasado y lo será de mi futuro.
Y como gran conocedor de grandes y excelsas historias,
seguirá fervientemente protegiendo las huellas que otros dejaron y que sólo
verían la luz si nosotros quisiéramos aprender.
VALDEANDE- AGOSTO 2012
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